Cestero. El que fabrica o vende las cestas y demás cosas de mimbres y juncos (Diccionario de Autoridades). En el caso de este oficio ha sido el plástico el encargado de arrinconarlo. Hay quien asegura que de tratarse de un material menos deteriorable, el trenzado y confección de piezas a base de juncos, cañas, mimbres y palmito, hubiera llegado hasta nuestros días, como los trocitos 114 de cerámica, y se podrían datar como prehistóricos. El mimbre es un arbusto del que nacen muchas ramas, por eso se le da también el nombre de mimbre a las ramas que son largas, delgadas y flexibles que se cortan con el tranchete. Un nido de pájaro, por ejemplo, es una muestra de trenzado y confección con fibras, palitos, etc. Aunque la cestería es un oficio, también puede considerarse artesanía. El material, las fibras, ahora se pueden adquirir en establecimientos especializados, pero antiguamente se conseguían en el bosque, en las riberas de los ríos o de cualquier curso pequeño de agua. El trenzado de las fibras se hacía en los ratos libres, en los trasnochos de las mujeres, por ejemplo. Las fibras hay que trabajarlas y mantenerlas húmedas durante todo el trenzado. En la actualidad su uso casi se circunscribe a productos de ornamentación, bolsos, cestas, etc., pero en tiempos pasados se usaban para actividades del mundo rural, como el horno, incluso para construir cunas para los recién nacidos que recibían el nombre de ‘moisés’. Según Pascual Madoz, en Somaén trabajaban el mimbre para fabricar cestas y cuévanos. En Tardajos muchos vecinos se dedicaban a cesteros. También existían cesteros ambulantes. En Almazán, la señora Rosario Hernández era una magnífica mujer y una magnífica cestera. En la actualidad continúa en el oficio su hijo, Juan Borja Hernández, a quien puede vérsele en las ferias con sus fabricados. En Romanillos de Medinaceli, en los años 60, era cestero el tío Cipriano.