Un día de esta extraña primavera-verano fuimos invitados, Carmelo Romero y yo, a pasar una velada agradable, muy agradable, en Abioncillo, ese pueblo mirador de Calatañazor, jalón de la villa medieval, recorrido por el río Avioncillo, subsidiario del Avión y todo ello envuelto en el juego toponímico que le hace tan especial. Visi, Rafa y Bhishma cuidan de un magnífico museo rural, etnográfico, con cientos (quizá miles) de todo tipo de objetos que sirvieron hasta hace 40 ó 50 años para llevar a cabo las tareas diarias en la casa y en el campo. En algunos casos, todavía se utilizan.
Abioncillo es un pueblo-escuela desde 1983, donde acuden niños en verano (las conocidas colonias) para formarse en todo aquello necesario para reconocer el pasado, afrontar el presente y el futuro y contactar con la Naturaleza.
En una magnífica sala sin estrado, a fin de estar todos al mismo nivel, Bhishma fue pasando un vídeo y Carmelo y yo le pedíamos que parara ante una imagen que nos gustaba o de la que teníamos algo que decir. Y parece ser que tuvimos mucho que decir, ya que el encuentro duró dos horas y media. Luego se degustó un rancho suyo aroma nos acompañó toda la mañana.
Carmelo llevaba un libro para presentarlo allí, el último, “El fin de un mundo”, una narración carmeliana, rotunda y suave a la vez, elegante y sin sentimentalismos, bella en el propio relato. Un libro que será presentado el día 11 de julio en el Casino de la Amistad Numancia.