Huellas de Soria

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El lagar de Quintanas Rubias de Arriba

El pasado domingo, día 24, nos desplazamos hasta Quintanas Rubias de Arriba para enseñarle el Huerto Poeta al matrimonio Castelló Rizo. El día era espléndido y disfrutamos de nuevo por el magnífico entorno de agua, piedra y vegetación. Con la amabilidad que caracteriza a los habitantes de esta villa, no dudaron en acompañarnos. Quintanas Rubias de Arriba fue en su día lugar de viñas, de buen vino, como lo deja bien patente las bodeguillas excavadas y los lagares. He estado en el interior de esas bodegas, he probado el vino que, a decir de Gaya Nuño, “permite ingerir grandes cantidades sin que se trastorne la crítica de la razón pura”, y siempre me he maravillado de y en esos hipogeos frescos, profundos, mágicos y telúricos a la vez, donde las malas vibraciones (si las hay) se dejan fuera. Y cómo no maravillarse también en el interior de un lagar, con la gran viga central y las cubas donde caía la uva prensada. En el lagar comunitario (los había también particulares), nos agasajaron con vino de la zona, queso y frutos secos. Alfonso Fresno (el director de esta orquesta creativa) al explicar la función del lagar, utilizó unas palabras técnicas que le pedí me aclarara y, a las pocas horas de llegar a casa, me había enviado por Whatsapp lo que transcribo a continuación, advirtiendo que falta alguna frase al final que se extraviaría por la bodeguilla.

Hoy, 4 de octubre, daremos fin a la vendimia de este año en el trozo largo y estrecho de la ladera de La Muela. La llamamos la viña de los Dos Linios porque es así. De cepas frondosas, la mayor parte tintas. Es la más tardía porque tiene mucho follaje, motivo por el que la dejamos para la última.

Salimos de casa temprano, pero sin exagerar porque habrá que dejar orear la aguada de la madrugada. Cada quien de la familia con su tranchete, menos el abuelo que se apaña mejor con la navaja de Albacete. El mozuelo va de acarreador montado sobre el Morito. Le estorban los cestos de mimbre cargados sobre los ballartes, pero es mejor ir incómodo que a pie.

A medida que desarrollamos la tarea se van quejando los riñones, sobre todo los de padre que carga con las espuertas hasta los cestos. El primer descanso no se hace esperar; los torreznos sobados sobre pan tierno y el largo trago de la bota, nos revitalizarán.

Ha levantado el sol y la estampa es hermosa: sobre el terreno arcilloso con matojos reverdecidos por los primeros chubascos otoñales, sarmientos que tornan en colores vivos del amarillo anaranjado hasta el rojo granate. Los hombres con sus zagones tan usados y el sombrero de paja, las mujeres con el delantal de cuadros y el pañuelo a la cabeza para librarse del sol de mediodía y de las picaduras de algún mosquito zumbón. Revolotean algunas avispas, se oyen los changarros en la rastrojera y la abuela tararea “esta mañana muy tempranico…” imitando a los grandes de la zarzuela.

Venga, vamos a comer y esta veintena para después. Este trabajo es duro pero la comida es sabrosa y contundente: tortilla de patata con cebolla, ensalada de pimientos asados y pollo del corral guisado en la cazuela de barro; vino de la añada anterior, un poco ácido ya, agua de la fuente de la ermita y un par de rosquillos que sobraron del cumpleaños del hijo pequeño.

Hora y media después se prepara la carga sobre los mulos y se declara la mansiega. A casa con el recado.

Los brazos más fuertes llegan al descargadero del lagar. Vuelcan los racimos sobre el pote y esperan a que el encargado de la romana les lea las arrobas. Se hacen cuentas sobre el total de los cuatro días y cálculos sobre el número de cántaros posteriores.

El amo mayor de la sociedad ha anunciado la pisada de uvas para el siguiente día por la tarde. Pies limpios, pantalones arremangados… jovialidad sólo interrumpida por el que ha tenido la desgracia de pisar un abrojo, o del que ha sufrido el picazo de una abeja maltratada. El de mayor pulmón canta, como siempre, “quisiera, quisiera, quisiera volverme hiedra; y subir, y subir y subir por las paredes; y entrar en, y entrar y entrar en tu habitación, por ver el, por ver el, por ver el dormir que tienes”.

La semana pasada se hicieron hogueras en los portillos de las tradicionales bodegas; se lavaron y azufraron los cubetes de roble y las tinajas de Tajueco; se quitaron las telarañas del cañón y se rellenó el candil con aceite y mecha nueva. La pelleja de piel de cabra quedó dispuesta y colgada en la pared nada más entrar en la cueva.

En la zona baja del lagar, se ha colocado la cesta filtradora de hollejos y las medidas pertinentes para el reparto justo: cántara, azumbre, cuartilla, cuartillo y medio cuartillo. A cada socio contribuyente se le adjudicará en reparto proporcional según el número de arrobas aportadas.

El primer mosto es delicioso. Da gusto escuchar el chorro sobre la pila y como ahueca el sonido a medida que se llena. Todos probamos el caldo con el mismo vaso de cristal de generaciones pasadas cuya única higiene pasa por un soplo rotundo; y se hace prudentemente para alejar la cagalera. Un par de abuelas llenan de mosto la botella vacía de gaseosa, sin tapar claro, para hacer mostillo con nueces y cáscara de naranja.

Y comienza el reparto. El orden lo establece la participación en la propiedad dividida en onzas, adarmes y tomines. Por lo general, será el cosechero mayor del año anterior. Y los vecinos hacen fila para acarrear el caldo en las pellejas previstas.